Ignoro quién dijo que la “guerra hace grande a las personas
que las libran”, pero cada día que pasa sé que quien la dijo estaba equivocado.
La guerra es la peor de la situaciones vitales posibles y luchar en cualquier
contienda supone, para quienes allí combaten, tener que sufrir una degradación
ética, moral y personal que acarrea secuelas de por vida. Luego poco importan
los discursos, las medallas y los eslóganes patrioteros. El recuerdo y las
pesadillas de quienes debieron padecer tal calvario les acompañarán de por
vida.
El problema es que hay naciones que han hecho del ardor
guerrero una suerte de enseña nacional y todo aquel que use desafiarla es,
inmediatamente, tachado de cobarde y antipatriota. Quienes piensan así se
regodean con los cementerios llenos de lápidas, la sangre que tiñe los campos
de batalla y los mármoles que llenan plazas, edificios y parques de todo el
mundo. Claro que luego se olvidan de las caras, los nombres y los sufrimientos
de quienes perecieron, en muchos casos, no por el obstinado fuego del enemigo,
sino por los errores de quienes presumen de ser la “inteligencia militar”.
Esa misma inteligencia fue la que, durante años, erró en los
campos de batalla de Europa y Asia durante la Primera y la Segunda Guerra
Mundial y luego trasladó sus errores, primero, hasta Corea y, una década
después, hasta Vietnam, la guerra que nunca fue. Hoy en día es posible leer los
estudios de quien pensaba que primero Corea y luego Vietnam serían una suerte
de paseo militar para las tropas estadounidenses y sus aliados, ignorando una
realidad que luego se tornó en pesadilla.
Sin embargo, los errores se borran de los libros de
historia, se censuran en los medios y sólo quedan las gestas para declamar en
los momentos en los que se iza la bandera, al son de la música marcial y las
celebraciones patrióticas.
Dicho esto, no les será difícil entender lo que les ocurre a
quienes osan enfrentarse a dicha forma de pensar, sean del mundo que sean, en
este caso, el mundo gráfico.
Esta columna está motivada por la publicación del magnífico
tomo recopilatorio de la serie Blazing Combat por parte de Norma Editorial. No
obstante, es de recibo afirmar que sin E.C. Comics y sus series bélicas “Two-Fisted
Tales” y “Frontline Combat” –sin olvidar, además, historias publicadas en otras
cabeceras de la editorial, pero que igualmente tenían relación con la guerra-
Blazing Combat nunca hubiera llegado a existir.
Las series bélicas de E.C. Comics no sólo dejaron al aire
las vergüenzas de una sociedad polarizada por la guerra de Corea y la demencial
“caza de brujas” del senador McCarthy, sino que pusieron en evidencia el gusto
de la sociedad bien pensante norteamericana, encantada de hablar de la guerra
mientras los jóvenes y veteranos morían en los campos de batalla. Sus
historias, cargadas de un tono ácido y moralizante, tono que luego desarrolló
la serie Blazing Combat, atacaban la quintaesencia del militarismo más rancio,
retrógrado y criminal, aquel que tan bien retratara Stanley Kubrick en su
sensacional “Senderos de Gloria”.
No es de extrañar que, llegado el momento, quienes orquestaban
la degenerada caza de brujas pusieran su punto de mira en las historias escritas
por Harvey Kurtman y Al Feldstein, y en sus críticas a una guerra, la de Corea,
que, lejos de ser la misión de paz orquestada por la ONU, suponía una excusa
para enseñarle los dientes al bloque soviético, en los albores de la “guerra
fría”.
Relatos tales como “Kill” publicado en el número 23 de
Two-Fisted Tales (septiembre/ octubre 1951) o “The Patriots”, publicado en
Shock SuspenStories# 2 (abril/ mayo 1952) debieron remover las entrañas de
quienes desayunaban con el himno nacional, antes de ver la cotización de sus
acciones en las empresas armamentísticas.
De ahí que, una vez encontrado el cáncer, E.C. Comics, no
pararan hasta lograr cerrar sus puertas, un suceso que contó con el beneplácito
del resto de la industria gráfica, molesto por el auge y el éxito de la
editorial de William M. Gaines.
Una cosa similar le ocurrió después a Blazing Combat, serie
que fuera censurada y boicoteada por el ejército norteamericano y los mismos
distribuidores, presionados por el estamento militar y por quienes no quieren
que nadie cambie en su “mundo perfecto”. Corría el año 1965, cuando aún Vietnam
no se había convertido en la debacle que luego fue y ni a la administración del
presidente Johnson, ni a nadie del Pentágono le gustaba la idea de una serie
gráfica en la que, lejos de alabar los esfuerzos de los Estados Unidos de
América por ayudar al gobierno de Vietnam del sur -acosado éste por los
desvaríos expansionistas y comunistas de Ho Chi Ming y sus tropas- se contaba
todo lo contrario.
La iniciativa de la nueva serie partió del editor Jim Warren
y el guionista Archie Goodwin, un tándem que supo recoger el testigo cedido por
William M. Gaines, Harvey Kurtman y Al Feldstein. Por añadidura, la nueva serie
contó con casi la práctica totalidad de autores que ya habían colaborado en E.C.
Comics, tanto en las series bélicas como en otras series publicadas por el
sello de Gaines en los años cincuenta. Nombres tan sólidos dentro de la
industria gráfica, tales como Gene Colan, George Evans, Gray Morrow, Joe
Orlando, Alex Toth, Al Williamson, Wally Wood y Russ Heath, además del gran
Frank Frazetta -autor de las portadas de los cuatro números publicados- apoyaron
una idea que volvió a resquebrajar el militarismo imperante y omnipresente de
los Estados Unidos de América.
Historias tales como ¡Paisaje! y ¡Viet-Cong! (Archie Goodwin
& Joe Orlando); Enemigo y Misión de resistencia (Goodwin & John
Severin) o Tira y afloja (Goodwin & Russ Health) continuaban allí donde
E.C. Comics lo había dejado, una década atrás, con tanto o más intensidad que
sus antecesoras. No obstante, relatos tales como ¡Conflicto! (Goodwin &
Eugene Colan) o ¡Ventaja! (Goodwin & Alex Toth) daban una imagen mucho más
humana de la que el mismo ejército podría llegar a dar, aunque rodeadas de
otras historias tachadas de subversivas por los altos mandos militares.
Al final, Blazing Combat cerró tras solamente cuatro
números, meses antes de que la escalada bélica en Vietnam se fuera
multiplicando de manera exponencial y sin posibilidad de dar marcha atrás, en
especial con la llegada del megalómano Richard Nixon al Despacho Oval.
El tiempo pone a cada cual en su sitio. A Richard Nixon el
tiempo lo expulsó de la Casa Blanca, y hoy en día nadie duda de la validez de
Blazing Combat, ni del legado de E.C. Comics.
Sin embargo, hay quienes siguen sin aprender las lecciones que aporta la
historia y se empeñan en defender un mundo antiguo en vez de apostar por uno
nuevo. Mejor que quienes piensan así se leyeran las tres últimas viñetas de Viet-Cong
(Goodwin & Joe Orlando), magnífico epílogo para todo lo anteriormente
dicho.
"Esta guerra no se parece a ninguna otra guerra en la que
haya participado el ejército americano antes… ¡No se pueden utilizar las
tácticas, ni las reglas de antaño!” “Todos cometemos errores, ¡estamos
aprendiendo!… Pero, por nuestras vidas… Espero que no estemos aprendiendo
demasiado tarde”.
BLAZING COMBAT
Archie Goodwin y varios autores
Colección: CÓMIC USA
Formato: Cartoné con sobrecubierta
Páginas: 224
Color: B/N y Color
ISBN: 978-84-679-0425-3
PVP: 24,00€
Norma Editorial
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