Desde el mismo momento en el que los hermanos Orville y Wilbur
Wright lograron hacer volar sus primeros modelos de aeroplanos, la historia de
la aviación contemporánea ha estado rodeada de un halo de romanticismo y cierto
misticismo que nunca le ha abandonado. Si Leonardo Da Vinci ya postulara que
también el hombre podía volar, y no sólo sobre el papel, los hermanos Wright
lograron que dicha teoría cobrara carta de naturaleza –aunque, sinceramente,
creo que Leonardo también logró que alguno de sus artilugios voladores surcara
los cielos.
Sea como fuere, tras el hito marcado por la pareja de
hermanos estadounidenses, el desarrollo de la aviación sufrió un vuelvo radical
con el estallido de la Primera Guerra Mundial y el uso que del aeroplano se
hizo en los años de tan desmesurada contienda. Aquellos fueron los años de los
“Caballeros del aire” y del barón Rojo, Manfred Albrecht Freiherr von
Richthofen, el mayor as de la contienda, abatido el 21 de abril del año 1918
sobre los cielos franceses.
Ese espíritu de caballerosidad, mancillado y mutilado por
quienes sólo veían la guerra como una sádica carnicería sin fin, no impidió que
el ataúd de von Richthofen fuera llevado a hombros por los oficiales del tercer
escuadrón de las Reales Fuerzas Aéreas Australianas –sobre el papel, los
“enemigos” del as alemán- cuyos oficiales también ejercieron de guardia de
honor durante el entierro del as alemán, un día después de su muerte.
Luego, y mientras el
mundo evitó solventar sus problemas con una nueva contienda, visionarios tales como
Howard Robard Hughes, Jr., potenciaron el desarrollo no solamente de la
aviación militar, sino de la comercial, un segmento que vivió un auge similar
al que había logrado la aviación militar durante la Gran Guerra. Tachado de
excéntrico y desmedido, el talento de Hughes quedó reflejado en el enorme, pero
majestuoso H-4 Hercules "Spruce Goose", un auténtico prodigio de la
ingeniería aeronáutica moderna y que SÍ logró volar.
Por desgracia para el mundo, en septiembre del año 1939, los
campos, los mares y los cielos del mundo volvieron a teñirse de rojo, merced al
estallido de la Segunda Guerra Mundial, aunque, unos años antes, fueron los
campos, las costas y cielos de nuestro país los que recibieron su baño de
sangre, tras el levantamiento militar protagonizado por el general Francisco
Franco en contra del legítimo gobierno de la República española.
Y tal y como sucediera en la década que rodeó a la Gran
Guerra, la nueva contienda bélica impulsó hasta el infinito “y más allá” el
desarrollo de la aviación, siendo la mejor muestra de esta afirmación, la
aparición del motor a reacción y del revolucionario Me-262 alemán.
No obstante, el mundo de la aviación y sus protagonistas,
los pilotos, continúo estando rodeado del mismo halo de misticismo, soledad y
cierta dosis de caballerosidad, aunque, las ideologías y los fanatismos
terminaron por desvirtuar buena parte del mismo espíritu que rodeo el sepelio
de von Richthofen, sólo unos años antes.
Por lo menos, algunos lograron mantenerlo intacto, tal y
como lo reflejan tres obras gráficas sobresalientes, El Gran Duque, El último
Vuelo y Más allá de las nubes.
El Gran Duque es
la historia de un avión revolucionario, el Heinkel 219 Uhu (Eagle-owl), el
mejor interceptor nocturno alemán de cuantos llegaron a combatir en los cielos
europeos en la Segunda Guerra Mundial. Y
es también la historia del Oberleutnant (subteniente) Wulf Hauptmann, un veterano
piloto de la Luftwaffe destinado en el frente oriental. Wulf es un piloto de la
vieja guardia, criado en unos valores que tiempo atrás se olvidaron, pero que
él aún se empeña en preservar. Un detalle de esto sería que no lleva la cruz
gamada pintada en la deriva de su Focke-Wulf Fw 190, dado que, según su opinión,
la esvástica era un símbolo de un partido político, el Nacionalsocialista
alemán, y no una enseña militar.
En realidad, tal desobediencia estaría castigada con el
calabozo, por no decir con un pelotón de fusilamiento, pero para el líder del
grupo del Oberleutnant Wulf, el Kommodore Wolfgang von Reinschneider, la osadía
de Wulf era una buena muestra de su carácter, algo que el Kommodore apreciaba y
valoraba en sus hombres.
Wulf, al igual que von Reinschneider, pertenecen al mismo
grupo de pilotos que Günther, también conocido como “el Experto”, otro as de la
aviación alemana, siempre a los mandos de su Messerschmitt Bf 109, veterano del
frente ruso y uno de los protagonistas del álbum El último vuelo.
Cada uno de ellos representa a todos aquellos pilotos que
vieron en la Luftwaffe del Reichsmarschall Hermann Wilhelm Göring la
herramienta para devolver a su país al lugar que se le arrebató tras la firma del
tratado de Versalles. Y cada uno de ellos, en especial Wulf y Günther,
representan la decepción y el hastío que invadió el ánimo de buena parte de los
combatientes alemanes, inmersos en una contienda ideológica y megalómana, la
cual a punto está de acabar con el país que ellos mismos habían jurado
proteger.
Puede que el más desencantado y anacrónico de todos sea
Wulf, incapaz de tolerar las bravuconadas de quienes se apuntan como victorias el
derribo de los obsoletos biplanos de observación soviéticos y los aparatos poco
armados. ¡Tampoco contabilizamos el tiro
al pichón! ¡Eso lo dejamos para las hienas como tú, que no tienen esa clase de
escrúpulos!, le dirá el veterano aviador a un teniente recién llegado y con
ganas de ascender en el escalafón, sin importarle cómo.
Günther tiene esa misma mentalidad y no duda en rendirle respeto
a quien sólo unos minutos antes le ha desafiado en el cielo de un lugar cualquiera
de la Europa en guerra, tal y como sucede en “El Salto del Ángel”, el cuarto de
los relatos que se encuentra recopilado en El
último Vuelo.
Son seres tan anacrónicos como Teruo, el piloto japonés que
protagoniza la primera de las aventuras de El
último Vuelo, a los mandos de su Mitsubishi A6M5 "Zero", unos de los cazas
más famosos de la contienda bélica. “La
Flor del Cerezo” reproduce los instantes finales en la vida de uno de aquellos jóvenes
pilotos de caza japoneses que, llegado el momento, se sacrificaron por su
emperador y por su nación, lanzándose en picado sobre un navío aliado, en los
instantes finales de la Segunda Guerra Mundial.
Los pensamientos y sentimientos de Teruo están plasmados en
una carta a su padre en la que trata de reivindicar todas aquellas cosas que
motivaron la entrada en la guerra del imperio japonés contra las fuerzas
aliadas, por unas causas que ya resultan huecas y ajadas, por mucho que el
joven pretenda mantenerlas vivas.
Sus motivaciones fueron las misma que las de Günther, las de
Wulf, las del Kommodore Wolfgang von Reinschneider, o las de Alain de
Champalaune, el joven piloto francés que se alistó para luchar junto a los
soviéticos –formando parte del regimiento de caza Normandía-Niemen- o las de la
teniente Lylia Litvasky, una “Nachthexen” (Bruja de noche) ascendida a piloto
de caza del ejército soviético, pilotando un Lavochkin-5.
Lylia Litvasky es, además, la excusa argumental utilizada
por el guionista Yann –Yannick le Pennetier, responsable de la historia que se
cuenta en El Gran Duque- para
plantearnos las tensas y complejas relaciones entre los combatientes de uno y
otro bando, además de la consideración que se tiene para con las mujeres,
combatientes o no, en medio de un escenario bélico.
Las páginas en la que Wulf descubre cómo un grupo de pilotos
tratan de violar a Lylia y su posterior comportamiento para con sus
subordinados recuerdan poderosamente al comportamiento del sargento Rolf
Steiner, el recio e inquebrantable soldado alemán protagonista de la película
de Sam Peckinpah, Iron Cross. Al igual
que Wulf, Steiner tampoco tolerará el comportamiento de Zoll, un sádico miembro
del partido, carente de toda ética y sentido moral, a quien abandonará a su
suerte, una vez que éste quede herido e indefenso, frente a las mujeres que ha
querido violar.
Lylia es también el catalizador de las tensas relaciones
entre los combatientes y los comisarios del partido comunista soviético,
empeñados en mantener la pureza ideológica y los dictados del Gran Camarada,
Joseph Stalin, a costa de la vida y los sufrimientos de quien sea. Sus tiras y
aflojas con la camarada Politruk son una buena muestra del sesgo ideológico que
dominó la Segunda Guerra Mundial, algo que igualmente simboliza Verena, la
chivata nazi que va destapando cualquier atisbo de traición hacia los dictados
del Reich nacionalsocialista, sin importarle lo más mínimo las consecuencias de
su acciones.
Llegado el momento y tras el fallecimiento de su hija
pequeña, Rommy, durante el execrable y sanguinario bombardeo de la ciudad de
alemana de Dresde por parte del ejército aliado, Wulf perderá el único anclaje
con la realidad que aún le mantenía sereno
y cuerdo, transformando su existencia en una sucesión de combates,
muertes, más combates y más muertes, a imagen y semejanza de la vida de
Günther.
Resulta curioso apuntar que será otra niña, Catherine, quien
salva la vida de Tom, un piloto americano, herido tras atacar un convoy alemán
a los mandos de su Curtis Republic P-47D "Thunderbolt", en la segunda historia
del álbum El último Vuelo. La niña le
dará a su muñeca Lily, a modo de amuleto, al igual que Rommy, le diera a su
padre un búho de madera, para que le protegiese durante sus misiones.
Tom logrará devolverle a Catherine su muñeca, justo antes de
embarcarse como instructor en un portaaviones, un navío que luego se convertirá
en el objetivo principal de Teruo, el piloto japonés del que ya hemos hablado
anteriormente. Wulf perderá el búho que le regaló su hija, a causa de su afán
por salva a Lylia, y el juguete acabará destruido, pasto de unas llamas que también
consumirán el cuerpo de su hija pequeña.
Sin reparar el ello, será Tom quien derribe a Günther,
cansado de ver cómo masacran a los reclutas que le envían sus superiores para
tratar de defender lo que ya era indefendible. Más adelante será cuando Tom caiga
herido y conozca a la pequeña Catherine, quien hizo la veces de “ángel de la
guarda” del piloto, pero que, llegado el caso, no pudo acompañarle cuando el
barco en el que navegaba Tom se convirtió en el objetivo del ataque suicida
desatado por Teruo.
En otro instante, y en otro continente, el Kommodore que
sustituyó al desaparecido Wolfgang von Reinschneider, era arrestado por la SS,
acusado de traición y de formar parte del complot que casi logra acabar con la
vida de Adolf Hitler, una mañana del mes de julio del año 1944. Su sustituto,
un desfigurado y leal nazi llamado Testhoff, no dudará en dejar clara su
postura frente a cualquier acto de sedición o insubordinación hacia los
dictados del tercer Reich y sus mandatarios, fiel reflejo de la locura que
poseyó a buena parte de los ciudadanos de la Alemania de aquellos años.
Su último acto de piedad hacia Wulf, una vez que la víbora
de Verena denuncia su comportamiento y su permisividad ante el intento de
deserción de un compañero de armas, es ponerle a los mandos de un Mistel 1 (Ju
88 A-4/Bf 109 F-4) o Beethoven-Gerät, una “bomba volante” pilotada, similar a
las bombas Yokosuka MXY-7 Ohka japonesas.
Para Wulf, la misión es igual de suicida y sin retorno que
para Teruo, pero el destino y la vida de un piloto está regido por unos
parámetros diametralmente opuestos a los de una persona de a pie, un hecho que
el piloto alemán certificará cuando se encuentre con Lylia en el mismo tren de
prisioneros en el que él está metido.
Dejo para el final Más
Allá de las Nubes, porque su desarrollo argumental transcurre en un lapso
de tiempo mucho mayor y no solamente en la guerra sobre los cielos de Europa,
durante la primera década de los años cuarenta, del pasado siglo XX.
Más allá de las nubes
es una historia de amistad, entre dos pilotos de caracteres bien distintos,
Allan Thompson, un americano de espíritu indómito, y Pierre Lucas-Ferron, otro
apasionado de la aviación, en cualquiera de sus facetas, pero con un espíritu
mucho más atormentado que su antagonista americano.
Su primer encuentro fue providencial, justo después de que
Pierre diera con sus huesos y con los de su avión en lo alto de una montaña
perdida y helada, en medio de los Alpes. Allí, en medio de la nada, Allan arriesgó
su vida para salvar a Pierre, sin titubear lo más mínimo, un acto de valentía
que sedujo al accidentado piloto francés casi de inmediato.
Luego, sus vidas se volverían a cruzar en pleno auge de los
raids aéreos, las carreras de velocidad y los show acrobáticos que llenaron los
cielos de buena parte del mundo hasta el estallido de la Segunda Guerra
Mundial. Eran tiempos en donde los
constructores apostaban todo su prestigio para ganar un determinado trofeo que
luego les permitiera obtener un suculento contrato gubernamental, tal y como
pretendía la firma Caudron, fundada en 1909 por los hermanos Gaston y René
Caudron.
Dichos juegos de intereses y poderes político-económicos
truncarán la carrera profesional de Pierre Lucas-Ferron y supondrán el
principio del fin de su relación con Marie, su prometida, quien luego se mudará
hasta los Estados Unidos, merced a la ayuda recibida por Allan.
Será, precisamente, en los cielos de Norteamérica, donde la
vida y el rostro del piloto francés queden seriamente desfigurados, obligando a
Pierre Lucas-Ferron a desaparecer de la escena pública para luego regresar
escondido tras la máscara del temerario piloto conocido como "The Black Angel".
Una vez que todo parece que había vuelto a la normalidad,
Pierre verá el rostro de su amigo Allan impreso en un las páginas de un
periódico en el que se ensalzaban las hazañas de los pilotos norteamericanos
que habían acudido hasta el viejo continente, como parte del contingente que
acudió en defensa del imperio británico, en su desigual lucha contra el Reich
alemán.
Aquella foto hace que Pierre deje atrás su vida de
acrobacias y, una vez de regreso en Europa, se aliste en las fuerzas aéreas
británicas, la última línea de defensa contra la invasión alemana que
sobrevolaba Gran Bretaña.
Desde el primer momento, Pierre Lucas-Ferron demostró ser un
piloto excepcional, capaz de sobrevivir en medio de una letanía continua de
muertes y más muertes. Sin embargo, su encuentro con Allan le devolverá a un
estado de rivalidad, tiempo atrás olvidado, el cual le empujará hasta una
suerte de competición sin sentido, tratado de superar la marca del contrario,
pero sin tan siquiera contar con quien cuidará el marcador final.
El último acto de Pierre Lucas-Ferron sobre los cielos de
Europa lo empareja con los otros pilotos antes mencionados, aunque su
sacrificio sólo sea conocido por unos pocos, mientras que el resto lea una
historia bien distinta.
Al final, la guerra en el aire es una guerra de personas en
solitario, que toman decisiones en solitario y luego deben aceptarlas tal cual
son, sin poder descargar la culpa sobre el compañero. Pierre Lucas-Ferron, como
también hiciera Wulf Hauptmann, Alain de Champalaune, Lylia Litvasky o Teruo forman
parte de la hermandad que, desde el principio de los tiempos de la aviación
moderna, se desarrolla en los cielos de cualquier parte del mundo durante una
contienda, y cada una de estas obras es un magnífico ejemplo de todo ello.
Por último, y no por ello menos importante, están los
verdaderos protagonistas de estas tres historias, magníficamente plasmados
sobre el papel por el dibujante Romain Hugault –quien también es el autor del
guión de El Último vuelo. Su
sobresaliente trabajo sólo queda eclipsado por el hecho de que se trate de una
obra en dos dimensiones en vez de en tres. Si así fuera, podríamos apreciar la
pureza y el realismo de sus aeroplanos, los cuales parecen querer salir volando
de las páginas dibujadas y coloreadas por el autor francés.
Bien se pudiera decir que estas obras son, en conjunto, una
enciclopedia visual que recogen algunos de los mejores aparatos que lucharon,
frente a frente, durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Su nivel de
detalle y verosimilitud los hacen todo un placer para que, quienes disfrutamos
con el mundo de la aviación, en cualquiera de sus facetas, no dejemos de
sorprendernos ni un instante, mientras leemos estas tres sensacionales obras
publicadas por Norma Editorial, en su formato original y con una calidad digna
de reseñar.
Son tres obras para los amantes de la aviación y de los
dramas humanos, que se desarrollan dentro y fuera de un conflicto bélico,
escenario ideal para que el ser humano brille tal cual es, sin parafernalias
vanas, ni verborrea hueca y sin sentido. Sólo el cielo, los mandos de un avión
y un instante antes de entrar en combate.
EL GRAN DUQUE
Autores: Yann (guión) y Romain Hugault (dibujo y color)
ISBN: 978-84-679-0675-2
PVP: 25,00€
EL ÚLTIMO VUELO
Autor: Romain Hugault (guión, dibujo y color)
ISBN:
978-84-679-1000-1
PVP: 14,00€
MÁS ALLÁ DE LAS NUBES
Autores: Regis Hautière (guión) y Romain Hugault (dibujo y
color)
ISBN:
978-84-679-0863-3
PVP: 18,00€
© Romain
Hugault , 2013.
© Norma
Editorial, 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario